Sabiduría de un guardián de historias mayas
- Laura LaBrie
- 4 jun
- 3 Min. de lectura
Me encontraba bajo un techo de palma en un círculo de arte: piezas de madera tallada sobre pesadas bases de piedra caliza, un registro de las historias y sus raíces espirituales, un registro del hilo de un pueblo, conectado en todos los reinos. El arte evocaba imágenes de guardianes de la selva y heraldos de la muerte, del árbol sagrado del mundo y de la gran serpiente que trasciende el espacio y el tiempo. Talladas a mano en una narrativa en constante evolución y crecimiento, una de sus adiciones más recientes es el asesinato del hermano del narrador y su conexión con la sed de poder.
Dioses y diosas rodeaban el círculo: Ixchel, la diosa del parto; Yum Kaax, el señor del bosque; y, sobre todo, Chaac, el dios rojo de la lluvia. Venados, búhos y otros animales ocupaban sus lugares junto con los cuatro gigantes Balames, ancianos que sostienen el mundo. Admito que el arte tenía una atmósfera un tanto cruda, casi escalofriante, imagino que por su densidad y poder.
Don Miguel es el artista y el guardián de la historia de su pueblo. Su pasión por su gente es profunda, tan profunda que pasó cuatro años excavando a mano una nueva entrada a una cueva sagrada para reconectar a su comunidad con las aguas sagradas de la lluvia que se encuentran en las profundidades de la tierra. (Haz clic aquí para leer sobre la cueva). Cuando habla, se pueden sentir las emociones que lo impulsan. Es a la vez un guía y una cuerda firme a la que otros pueden aferrarse, el hilo rojo que conecta con el pasado y el futuro, el guardián de los secretos, la tradición y la esperanza.
Mientras hablaba, tomó una nueva pintura, la primera que he visto suya, ya que la mayor parte de su arte consiste en tallas. Era un simple cuadrado de colores con un rectángulo blanco en el centro, una puerta o portal hacia la iluminación.
Alrededor de la puerta estaban los colores rojo, amarillo, verde, negro y azul. Cada uno representaba un cuadrante, una dimensión, una energía, un espíritu, una parte del todo que conforma la vida. A medida que avanzamos en la vida, tocamos cada uno de ellos; nuestra búsqueda es encontrar el equilibrio, la paz, el centro, la conexión con el gran amor que está en todo y es todo.
Explicó la pintura, con la voz cargada de fuerza y emoción mientras hablaba.
El blanco representa el norte, Xaman. Es el lugar de la iluminación, el lugar donde todo es claro, la verdad se encarna y nada se oculta. Es el portal por el que nos esforzamos por transitar.
El rojo es el este, Lakin, el poder de la pasión y el nacimiento, aquello que nos impulsa. Es amor y fiereza, reproducción y comienzos. El rojo en la pintura creó una amplia franja alrededor del portal blanco central.
De ahí pasó a explicar el color negro, aunque fue el amarillo el que rodeó al rojo en el lienzo. El negro es el oeste, Chik'in, la sombra. Es la oscuridad que proyectas sobre el suelo al estar al sol. Esta sombra es nuestra oscuridad, nuestras emociones y nuestros miedos.
El amarillo, explicó, es Nohol, el sur. Es la cosecha y el fin. Todo tiene un ciclo, desde el nacimiento, pasando por el crecimiento y la comprensión, hasta que finalmente todo llega a su fin. El amarillo es el color de los ojos de una criatura moribunda y el color del maíz cuando está maduro y de las hojas en otoño.
Y luego trazó con el dedo el cuadrado verde, con cuidado y cariño. Este verde es el centro. Algunos lo llaman Yaxché, el árbol del mundo. Es donde encontramos nuestro equilibrio al permanecer entre las cuatro direcciones. Encontrar el centro es nuestro camino en la vida, pues sin él, no podemos encontrar nuestro lugar en el universo.
Azul, el Universo. Este color rodeaba toda la pintura. Era el borde más externo. «Esto», dijo, «no tiene dirección porque está en todas partes. Esto es el Universo». No le puso un nombre maya o quizá no lo capté. «Esto nos rodea, lo es todo y está en todas partes».
Para encontrar nuestro lugar en la inmensidad del Universo, debemos encontrar nuestro centro. Sentimos el ciclo de nacimiento, luz, sombra y muerte. Y es a través del portal de luz, donde nada está oculto, que entramos.
¿Puedes abrazar tanto tu luz como tu sombra? ¿Puedes reconocer tanto la pasión como la muerte? ¿Puedes sentir el gran amor que te rodea y te sostiene mientras te encuentras en el centro donde todo se conecta, donde todo encuentra su plenitud?
Porque éste es el camino.
De pie,
Laura
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